miércoles, 16 de agosto de 2017

VOLVIENDO A MI CUNA


San Miguel de Lillo
un habitante prerrománico del monte Naranco.

Paseo varias horas rodeándolo,
dibujando con mis pasos un círculo de no más de 100 metros,
como si una extraña e inevitable fuerza de gravedad
me hiciera orbitar a su alrededor.

Lo observo desde todos los ángulos,
me acerco, lo toco, lo recorro, acaricio tímidamente sus muros.
Y este animal de roca, de más de 1000 años, me devuelve otra caricia
más arenosa, terrosa...pero firme, digna, noble.

Al ascender por la ladera y alejarme
su textura me parece más blanda, casi de plastilina.
Como si un niño del medievo
lo hubiera modelado y expuesto sobre una alfombra verde.

A la hora de comer los visitantes abandonan el paraje.
Hasta los restauradores recogen sus bártulos
y se marchan de manera apresurada y polvorienta en su jeep.


Y entonces,


me quedo completamente sola en este delicioso lugar
lleno de quietud y de energía palpitante y serena.

Me tumbo sobre la hierba, salpicada de flores,
mullida, esponjosa, templada.

Me dejo hundir en este agradable colchón
el más blando...suave y acogedor que pueda recordar.

Y siento que vuelvo a mi cuna.
Protegida, feliz, en paz.
Arropada,
por una inmensa y algodonada colcha verde, de tupido arbolado.
Mecida,
por la mano de GAIA.

Y así, me abandono al cuidado de esta madre...
que me acuna y susurra...
con un amor infinito.